Fuente de vida y recurso muy valioso, el agua siempre ha tenido, desde los albores de la civilización, una enorme importancia. A la misma, lugares y ciudades han ligado fuertemente su propia economía, pero existen casos en los que los cursos de agua representan una especie de memoria histórica fluida y permanente, en un juego de contrastes y vicisitudes.
Y, precisamente, es siguiendo la huella de los cursos de agua marinos, lacustres o fluviales que deseamos llevarles de la mano para descubrir las localidades del Lazio que, observadas desde esta especial perspectiva, adquieren una especial fascinación.
Empezaremos precisamente desde la ciudad eterna: el vínculo indisoluble con el río Tíber otorga a Roma un excelente patrimonio cultural, arqueológico, naturalísimo e incluso recreativo. Paseando por el romántico paseo del río, vale la pena detenerse sobre el puente Garibaldi, desde el que se disfruta de una espléndida vista de la Isla Tiberina, que los romanos llaman cariñosamente “Il barcone” ya que se parece a una barca. La isla se ha formado durante los siglos con los detritos que arrastraba el Tíber y se ha convertido incluso en un elemento clásico de las postales romanas. Siguiendo el recorrido hacia el Puente Sant’Angelo quedará sorprendido ante la prepotente belleza de Castel Sant’Angelo y San Pedro que se entrevén en la lejanía, casi en estridente oposición con la calma del río que, imperturbable, sigue corriendo ante nuestro estupor.
Otro lugar, otro curso de agua, esta vez de tipo lacustre. Estamos en Bracciano, a menos de sesenta kilómetros de la capital. El lago de Bracciano es uno de los más grandes de Italia y la frondosa vegetación que lo rodea lo hace también uno de los más bellos. Los numerosos turistas que lo visitan quedan fascinados por la belleza atemporal del famoso Castillo Odescalchi, que se remonta al año 1470, conservado perfectamente, y que alberga esculturas, decoraciones de la época, objetos arqueológicos y maravillosos frescos.
Para los romanos, la palabra mar rima con Ladispoli; esta graciosa localidad que está cerca de Roma ha sido un destino balneario muy importante desde los tiempos de Julio Cesar y Pompeyo que, según los relatos de Cicerón, construyeron espléndidos palacetes a pocos metros del mar. Hoy en día, el mar de Ladispoli sigue satisfaciendo las exigencias de aquellos que aman la playa y bañarse, pero también de aquellos que desean admirar la extensión cristalina desde lejos, paseando por el puente de madera que, como el famoso puente Milvio, se ha convertido hoy en día en un lugar en el que los jóvenes enamorados se intercambian promesas de amor eterno, colocando un candado como símbolo de su unión.
Nuestro itinerario siguiendo la huella que deja el agua nos lleva ahora hasta los acueductos imperiales de San Gregorio da Sassola, a unos cuarenta kilómetros de Roma. Se trata de cuatro puentes majestuosos, si bien poco conocidos. En particular, es digno de mención el “Ponte delle Mole” o de los “Arci”, edificado por los ingenieros del emperador Adriano con arcadas dobles, y que posee una longitud de unos 155 metros y una altura de más de 24 metros; una obra monumental que nos ponen frente a la grandeza y sabiduría de la ingeniería que dominaba en el imperio romano.
El agua es un elemento que ha sido usado muy a menudo por los ricos y aristócratas para sorprender a amigos y parientes, para convertir sus propias residencias en lugares suntuosos y lujosos. Es lo que hizo el Papa Gregorio XV cuando, en 1621, adquirió en FrascatiVilla Torlonia, encargando al arquitecto Maderno la construcción de un teatro de agua y un “ninfeo” (el ninfeo es un edificio dedicado a una ninfa que suele estar situado cerca de una fuente o recurso hídrico). Aún hoy en día se puede admirar el juego de las aguas que, partiendo de un estanque grande colocado en lo alto, descienden a estanques más bajos, a través de un movimiento sinuoso y encantador, hasta estallar en el espectacular chorro final que lleva a las aguas hasta el estanque más amplio delante del ninfeo.
Agua y naturaleza forman un binomio indisoluble, de ahí que, si desea recorrer nuestro itinerario, el mejor modo de hacerlo es alojarse en una de las estructuras de casas rurales presentes en las localidades citadas.
Pero cuando se evocan los cursos de agua, no se pueden olvidar las maravillas de los juegos de prestigio que se crean ante nuestros ojos cuando admiramos una cascada. Para acceder al valle que une Cerveteri con el territorio de Bracciano existe un sendero que llega hasta el “Fosso della Mola”; aquí, enmarcado por un ambiente encantador y natural, con musgos y líquenes que crean en las rocas figuras, el agua forma una cascada de gran impacto que, arrojándose sobre el valle, nos recuerda la gran fuerza de la naturaleza, que hoy en día más que nunca, exige cuidado y respeto.
¿Sabía que…?
Sabemos que la Isla Tiberina se ha formado progresivamente con la acumulación de los detritos del Tíber, pero una sugestiva leyenda dice que se habría formado por los sacos de trigo robados por la plebe al rey Tarquinio el Soberbio. Siempre, según la tradición popular, en el siglo V a.C., mientras en Roma se difundía la peste, una serpiente consiguió salir del Tíber y subir hasta la Isla Tiberina. Entonces, los romanos construyeron un templo dedicado a Esculapio y curaron allí a los enfermos usando el agua del río. De esta leyenda derivaría la serpiente que aún hoy en día es el símbolo de los farmacéuticos.